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Me cuesta decir “quiero algo” cuando tengo mucho.

Soy una mujer afortunada. Vivo la vida que quiero: viajo, trabajo de lo que quiero: escribo. Me rodeo de las personas que quiero: solo de las personas que quiero.

En lo espiritual, siempre pido tener consciencia y presencia. Y amor. Y buena salud. Sin buena salud todo el castillo de sueños e ilusiones se derrumba.

Le tengo miedo a la pérdida repentina, a la que llega sin avisar. También le tengo miedo a la muerte. Hace unos años le tenía miedo a mi muerte. Llegué a tener ataques de pánico por eso.

Me causa mucho dolor saber que en algún momento no voy a estar para las personas que me quieren. Y no es que no voy a estar por un rato: no voy a estar nunca más. Eso me inquieta: no saber hacia dónde voy, en qué me voy a convertir, no poder ver, no poder oír. No poder tocar. Desintegrarme y convertirme en tierra. Quizá ese sea el desenlace que más me convence.

No me gusta que me hablen mal. Tampoco que me ignoren, que me puteen, que no validen mis emociones. No me gusta tener que dar explicaciones de lo que hago y dejo de hacer: ya soy adulta. No me gusta la maldad ni la soberbia. No me gusta la violencia.

Podría pensar más antes de hablar. Podría también ser más selectiva con algunas palabras que uso. A veces me tomo las cosas de manera muy personal y creo que de eso podría abstenerme.

Podría trabajar un poco menos para tener más aire y más tiempo. Podría encontrar un punto medio entre el yo y el nosotros, porque en general, estoy de un lado o estoy del otro. En el yo, peco de egoísta; en el nosotros, el otro es prioridad.

Podría ser menos crítica, más amable conmigo misma, menos chispita, más amorosa. Podría permitirme ser humana con todos mis matices.

 

Carta para mí misma

Querida Yo:

Sabemos lo que tiene que morir. Sabemos que tenemos que decirle adiós a la soberbia que a veces aparece y nos hace mal. La condena que le hacemos a los demás cuando algo no nos gusta, cuando no estamos de acuerdo, cuando nuestro control no puede hacer nada. El control también tiene que morir. Y la irritabilidad que aparece cuando nos damos cuenta de que no podemos controlar ni a nuestro propio corazón.

Ya sabemos que todo es más simple, pero cómo nos cuesta, cómo nos cuesta fluir a favor de la corriente. Quisiera que no nos moleste la imposición: eso nos saca de quicio. Lo que debe de morir no es el poder del no, sino la sensación de amargura cuando algo no nos gusta y nos llena el cuerpo de mierda, esa mierda blanda y clarita que nos ahoga el pecho.

Querida Yo, dame una mano porque sola no puedo. Necesito que seamos menos exigentes para que esta existencia sea más liviana.

 

Maniobras de evasión

Hago cosas para no pensar.

Me cuesta, pero lo intento.

Ordeno la casa, limpio el escritorio, escribo en el diario, leo a Breton. Navego las redes para que mi mente no proyecte los peores escenarios. Mis ojos me delatan. Algo me pasa cuando los tengo un poco caídos, cuando me cuelgo mirando un punto fijo que no existe, cuando pestañeo más lento de lo normal.

Los suspiros largos también me delatan. Es mi manera de alargar una respiración entrecortada o una respiración que pareciera no existir. Me delata la necesidad de dormir más: mi cabeza da tantas vueltas que mi cuerpo debe sentir que estoy corriendo una maratón por la montaña. Noto, también, cierto desgano y desinterés en lo que como. Si necesito dulce, como chocolate. Si necesito salado, como papas fritas. No tengo ningún filtro. Lo que no puedo controlar, a veces, me descontrola por dentro. Y no lo vivo con culpa, lo acepto como algo transitorio, como una vía de escape temporal.

Lo mismo me pasa cuando escribo: a veces escribo para escupir, para vomitar, para intentar soltar un futuro que desconozco.

 

La siesta

Las sábanas están suaves, calentitas.

Las lavé por la mañana y las saqué de la secadora poco antes de la siesta. Esa es mi cita de hoy: dormir la siesta. Porque llego a fin de año cansada, porque no tengo registro de haber llegado a las dos últimas semanas del calendario con este agotamiento encima. Lo bueno: el paisaje de Villa La Angostura me equilibra. Lo no tan bueno: estar tan apretada, tan llena de cosas. No esperaba que se diese así, pero se dio así. Y por eso la siesta. Sin reloj, sin alarma, hasta cuando mi cuerpo y mi cabeza quieran. Con la cortina y el black out tapando el sol de las tres y media y los 27 grados que se sienten como 32. En bombacha y top porque las sábanas están suaves y calentitas, porque quiero estar liviana por un rato. Y acomodo las almohadas y escucho a lo lejos a unos nenes jugando en la playa. Escucho, también, cómo alguien chopotea en el lago y sale y se vuelve a tirar. Escucho a una lancha que supongo quiere llegar hasta la isla de acá a la vuelta. Escucho hasta los árboles moviéndose con el poco aire que sopla.

Hoy todo ese movimiento queda afuera.

Hoy, solo mi cama. Hoy, ojos cerrados.

 


*estos textos los escribí durante el taller de escritura “Esto que llevo dentro” de Mar Bianco. Súper recomendado ♥

Con más de 20 años de experiencia y un Posgrado Internacional en Escritura Creativa y Comunicación, soy especialista en Escritura Consciente y facilitadora de Pausas de Autoconocimiento. A través de un enfoque que combina escritura, dibujo terapéutico y mindfulness, acompaño a personas como vos a reconectar consigo mismas y vivir con mayor presencia y plenitud.

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