20 de febrero de 2019
Querido diario de la infelicidad:
Ayer de madrugada escribí en un papel «usar el dolor físico para llamar la atención», y cada letra resonó en mi cuerpo como si hubiese desterrado una verdad ancestral.
Mi abuela materna, hasta hace muy poco tiempo, mendigaba cariño con sus dolores de piernas, huesos, lumbares, espalda y cabeza. Mi abuela paterna, se lastimó hasta morir. Y yo, con mi línea de tiempo entre las manos, observo el mismo patrón repetitivo: dolor para evadir, dolor para no hacerme cargo, dolor para que me quieran, dolor para decir «pobrecita de mí», dolor para que no me jodan, dolor para conseguir algo, dolor por el placer del dolor. Dolor como única salida. Se destapa un cuenco gigante de mentiras dichas, de momentos donde quise llamar la atención anteponiendo el cuerpo a las llamas.
Me hago cargo de mis miserias. Y yo que me quejaba de mi abuela, y me enojaba y le discutía, y ahora, me encuentro con su piel sobre la mía. S O Y S U E S P E J O. Y veo al patrón como a un gigante sacándome los dientes y pisando el barro que lleva grabadas las huellas dactilares de las mujeres de mi familia.
La tribu. La repetición. La avalancha.
Ya no me puedo esconder de la tormenta porque soy la tormenta. Me abraza la desdicha y el desconsuelo. Me abrigo con las pieles de las lobas que somos, porque cada mujer de este gran linaje se suaviza con las lágrimas del presente. Respiro la posibilidad de trascender los discursos que me fueron dados.
Y me lamento de la niña que no supo frenar el tsunami a tiempo.
Y me lamento de la adolescente que sufrió sus consecuencias y que hizo lo que pudo con los ojos vendados.
Y me sostengo de la mujer que intenta, de todas las formas, salvarse del diluvio.
David
Hermoso…tenes una forma de escribir tan transparente y sencilla…simplemente gracias
Jime Sánchez
Gracias a vos, David!