No hay eureka más real que la palabra escrita. Se clarifican las ideas, los pensamientos, los sentimientos. Cualquier cabeza pantanosa limpia sus más íntimos enredos mientras la tinta baila a su propio compás. Disgregarse y leerse. Leerse y observarse. Observarse y entenderse. Entenderse y amarse.
Para mí la poesía es sanadora. Para algunos será más fácil o más difícil, pero es tan seductora. No importa si es en verso o prosa, si tiene más o menos ritmo. La consigna es dejarse llevar por el mar de luces y sombras que desbordan nuestra alma. La poesía es canción, es drama, es melancolía, es alegría, es ficción, es realidad, es caos, es armonía. La poesía es el rasgueo de la guitarra, es el sol de invierno.
Llevo la poesía en la sangre: dos abuelas amantes de la composición de grafemas como piezas de rompecabezas. Una de ellas artista, escritora, con dos de sus libros publicados descansando en mi biblioteca y a la que nunca conocí, pero con la que comparto pasiones tan profundas como las raíces que nos unen.
Poesía que hay que dejar salir, de la manera que sea y como ella, tan sabia como es, quiera. Un maravilloso hábito de dibujar símbolos y formas, donde las líneas se manejen solas y las pinceladas son con brochas de luz azul.