¿Me va a pasar esto hasta que vuelva a cargar las alforjas? ¿Hasta que calme mi ansiedad con un viajecito corto, de unos días? No sé. ¿Por qué lloro mientras escribo esto? ¿Qué me está pasando? ¿Será que extraño tanto la aventura? ¿Será que me cansé de estar acá? ¿Será que es hora de hacerme cargo del estilo de vida que elegí? No sé.
Soy esta persona que está escribiendo del otro lado del monitor, yo soy estas palabras y barras espaciadoras. También soy un alma que está por fuera de este cuerpo y que sigue girando de sur a norte por un mismo camino, igual al que transité hace 7 meses atrás. Mi yo está desparramado en partecitas divisibles en cada una de las personas que conocí, que abracé, con las que sonreí y me emocioné. Mi yo sigue vivo en la ruta.
Quizás sea por eso que necesito volver: para unirme con mi yo que quedó sin su otra mitad. Tanto él como yo nos sentimos fraccionados, urgimos sentirnos vivos siendo uno.
¿Qué voy a sentir cuando resten sólo 2 días para reencontrarme con el yo-no-tiempo-no-espacio? ¿Alegría o tristeza? ¿Melancolía o ilusión? ¿Por qué tantos sentimientos desencontrados?
Hoy cargo con la mochila de la culpa. Debería estar disfrutando de mi casa, de mi familia, de mis amigos. Lo hice, pero ahora todo se volvió costumbre, hábito, rutina.
¿Qué significa esto que estoy sintiendo? Una calesita que-si-que-no a la que todavía no tuve la suerte de alcanzar la sortija.
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