Hay ruidos alrededor de un silencio de tumba. Me siento desprotegida de mis verdades, crucificada por mis escalofríos, tumbada por el tráfico molecular.
La torre de control divaga y no responde… no, basta. Ahogo mis rituales en la pena residual de un viejo abanico de terciopelo, frustración de piedras que me golpean la espalda y el pecho, me hacen toser enanos de circo, me entrecortan la respiración.
Angustia de la más pura y terrenal, odiosa desde la raíz, incongruente como la sal en el río. Un ladrillo se posa entre mis pechos, se pega en mi piel y me lastima hasta gritar del dolor.
Despojo mi cuerpo físico de una sombra de terror, me agacho hasta sentarme en el piso, me escondo la cara detrás de las manos y suelto, sin permiso.
Ser consciente es ser tu mejor amiga. Es bajar las defensas al estado 0. Es fluir sin reloj, es fumar vientos de paz.
Todos conocen el camino, pero nadie (ni vos misma) se anima a recorrerlo.
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